Maquiavelo es uno de los poquísimos pensadores de nuestra tradición que han dedicado al poder la centralidad de su pensamiento. Otro sería Nietzsche. Creo que los más de trescientos cincuenta años que separan a El Príncipe de la Genealogía de la moral no impiden poner en solfa algunas de las tesis más radicales de ambas obras para hacer que suenen como un armonioso dueto. Es más, posiblemente una se entienda mejor a la luz de la otra, como tantas veces ocurre, que una melodía queda más explícita con su contrapunto. Me parece que este es el caso de estos autores que se han dado en llamar "el primer moderno" y "el primer postmoderno".
Maquiavelo, el Galileo de la política
Una de las características más ponderadas de la filosofía moderna frente a la medieval es la autonomía de las ciencias, que se da con la revolución científica y que reviste un carácter de lucha contra lo establecido de cuya virulencia dan fe los procesos contra Galileo, Servet y Giordano Bruno, que aunque tardíamente, han sido absueltos por la institución eclesiástica. Maquiavelo, (1469-1527) que puede ser calificado como “el Galileo de la política”, aunque no fue condenado, tampoco ha sido reivindicado por la “opinión pública”, seguramente por haberse ocupado de una temática más sensible que la astronomía o la medicina. Revoluciona el orden de los planteamientos políticos, al no hacer un análisis del deber ser, sino que, dejando a un lado toda suerte de consideraciones éticas y doctrinales se centra en la cruda realidad. Este sesgo le valdrá la fama de "antiético", hasta el punto que a lo largo de la historia de la filosofía la palabra "maquiavélico" ha pasado a ser sinónima de diabólico. Pero lo que pretende este autor es simplemente considerar la política al modo en que los científicos modernos consideran las ciencias que les ocupan: autónomamente. Esta autonomía sigue siendo hoy en día tema tabú. Pensemos por ejemplo, cuan fácilmente participamos en discusiones, investigaciones o elucubraciones en medicina o astronomía que no involucran directamente la ética aunque estemos convencidos de que siempre se barajan posturas o implicaciones éticas , mientras que nos rasgamos las vestiduras cuando se considera la política sin ética, como hace Maquiavelo; y sin embargo se le sigue considerando como el fundador de la ciencia política moderna por su manera de aislar la política como objeto de estudio, y de hallar las leyes de su dinámica.
Su pensamiento escapa de las teorías para centrarse en el análisis de las realidades captables, librándose del dogmatismo y ensayando una vía que huya del examen de los argumentos justificativos (por ejemplo, los que esgrime cada bando en una contienda), para ocuparse en analizar los mecanismos reales que guían las acciones, mecanismos que no están en un orden ideal, sino en el mismo terreno de la acción política. Al aislar este terreno se halla ante hechos crudos tales como el de intentar averiguar cómo se gana o se pierde determinada cosa. En este tipo de averiguaciones no deambula hasta la consideración del sustrato metafísico de las acciones, sino que entra directamente en su análisis, siendo esta una de las principales peculiaridades de esta filosofía que apunta a un estudio del poder. Es sin duda el primer autor en la historia de la filosofia occidental que toma a este como tema central. "En este sentido Maquiavelo es uno de los primeros teóricos que han procurado desenmascarar las construcciones ideológicas que suelen acompañar al uso del poder público, es decir, es uno de los fundadores de lo que ha venido a llamarse sociología del conocimiento". Por su abordaje de la política como ciencia autónoma Maquiavelo merece pues el apelativo de "Galileo", sin embargo la comparación entre ambos autores no es extensible a otros temas, como podría ser el de la razón. Maquiavelo pone mas bien el acento en la historia y no en la razón. Además, a diferencia de Galileo, la razón para él es vista como un órgano de cálculo, y no como la facultad de conocer la esencia de las cosas o los misterios del mundo.
Prototipo del hombre vital
Si Maquiavelo merece también ser considerado como el primer filósofo político moderno es porque además de plantear la política en su autonomía, denuncia indirectamente la moral del esclavo para situarse intelectual y prácticamente en el terreno de la acción y la libertad. Es una cuestión de talante, podríamos decir, y en esto consiste su audacia: en poner sobre el tapete temas viscosos como son el poder, la fuerza, el orgullo, la sagacidad,... y en examinar francamente los hechos para intentar hacer una teoría política que plantee los problemas sin tapujos. En este sentido se le podría tildar de vitalista "avant la lettre", pues posee los atributos de la sinceridad y la ingenuidad que según Nietzsche caracterizan al hombre vital frente al resentido, que no es sincero ni consigo mismo. Este autor denuncia que gracias a la virtud sacerdotal la moral se ha vuelto "perversa" y "honda", frente a la moral aristocrática que sería la que encarna Maquiavelo: una forma de valoración que no se aparta de la acción, que no tiene absolutamente ninguna pretensión de "pureza", que según él sería "sana" porque no esconde resentimientos, sino que los saca explosivamente a flote, salvándose así de "aquella neurastenia y aquella afección intestinal que afectan casi de forma inevitable a los sacerdotes de todas las épocas" y podríamos agregar a la mayor parte de los intelectuales. Maquiavelo, sobrecoge al lector por el descarnado pragmatismo de su análisis. Sin embargo, no es más antiético que otros teóricos políticos, sobretodo modernos, que tienden a obviar que hay venganza, afán de poder, intrigas... y ponen la violencia en otro plano, sea como momento previo a la sociedad o como elemento adyacente, ajeno o sobrevenido a lo que sería un cuerpo social "sano" y "normal".
Si para Nietzsche, decíamos, la moral sacerdotal es insana y perversa es porque basando sus valores en una forma complicadísima de odio, niega toda fuerza y toda violencia. La moral del caballero, del noble, cuyo prototipo sería Maquiavelo, basa sus juicios de valor en la acción vigorosa, libre y vivaz que no deja ni mucho menos de lado la corporeidad, la salud, la riqueza, la guerra, la aventura, la danza, la caza... rompiendo también el esquema judeo cristiano que denuncia Nietzsche cuando se refiere a la inversión de los valores, según el cual lo querido y bendecido por Dios sería la pobreza, la fealdad y la debilidad; cualidades que por supuesto no busca ninguno de los políticos para sí, ni en el presente ni en el pasado, aunque se proclamen seguidores de este tipo de valores.
Como muestra de esta actitud vitalista de Maquiavelo vaya esta anécdota. Se cuenta de él que pocos días antes de morir tuvo un sueño en el que se tropezaba con una turba descompuesta de harapientos mendigos, y cuando preguntó quienes eran, una voz le respondió que eran los bienaventurados del paraíso, porque estaba escrito que los pobres heredarían el reino de los cielos. Siguió andando y se encontró con un grupo de caballeros afables, corteses y bien vestidos, que discutían animadamente de cuestiones políticas. Entre ellos pudo reconocer a algunos sabios de la antiguedad. Entonces la voz misteriosa le comunicó que aquellos eran los condenados del infierno, pues está escrito que la sabiduría del mundo es enemiga de Dios. Al despertar y contar el sueño a sus amigos, Maquiavelo confesó que prefería estar entre estos últimos. Y es que el prototipo del príncipe maquiaveliano se forja en absoluto contraste con el modelo del monarca cristiano de la moral contrareformista. Con harta frecuencia durante el recorrido de las páginas de su obra, nos asalta la impresión de que se pretende "épatter les bourgeois", se adivina la pretensión de que esta teorización de la práctica actue como revulsivo en un mundo, el de la política, en el que la realidad está más que mistificada, sustituída por ideales.
En conclusión
Maquiavelo es uno de los primeros y raros autores en la tradición occidental que aborda el tema del poder desde su especificidad. Podemos denominarlo el primer moderno porque considera la autonomía del ámbito político. Desde una perspectiva actual habría que reivindicar su talante en por lo menos cuatro aspectos. En primer lugar por su “positivismo”, esto es, porque analiza lo que se ve, lo que se palpa, la realidad. En segundo lugar por lo que podríamos llamar un “vitalismo avant-la-lettre que se plasma en una sinceridad e ingenuidad indispensables para la crítica; así como en una reivindicación del cuerpo y de la dimensión física, posicionándose explícitamente contra una moral que castiga al cuerpo. En tercer lugar por su pragmatismo que de entrada reconoce que no se puede obviar la violencia. Esta no es previa al cuerpo social, algo “externo”, como sugerirán más tarde las teorías del contrato, sino inherente a él. Por último por su antinaturalismo que lo lleva a afirmar que la política es invención, creación, en este sentido no pertenece al dominio de lo “natural”. De ella destaca su historicidad para subrayar que es preciso asumir la experiencia, ir a la historia para extraer de ella enseñanzas.
Además del talante, lo que aporta Maquiavelo a la reflexión política es un programa de temas a abordar: tanto el príncipe como el pueblo deben atender a las prácticas, a las acciones. Por todo ello podemos decir que la figura de Maquiavelo ha sido satanizada injustificadamente. Su empeño no consiste en dedicarse a bendecir crímenes y venganzas, sino en identificarlas como parte de la vida política. En ningún momento pretende fomentar tales desmanes, sino que trata de ver como reducirlos al mínimo en pro de la seguridad. Se trata de ver como hacerles frente. Tal vez si se hubiera asumido el planteamiento maquiaveliano la filosofía política moderna no hubiera caído tan estrepitosamente en planteamientos de un idealismo tan craso como en los que cayó e incluso en los que continua no pocas veces. Como señalábamos la doctrina maquiaveliana está más preocupada por abordar el problema de la seguridad que por brindar una teorización sobre qué sea el poder. Sin embargo por lo que llevamos dicho, sería importante rescatar su noción de poder para la filosofía política actual. Tal noción asocia el poder a fuerza y acción sin separar la acción del sujeto. El poder en sentido maquiaveliano es dominio sobre los demás hombres, sin dejar de destacar en primer plano la centralidad del dominio del hombre sobre las cosas.